Me obsesionan las emparedadas, esas mujeres medievales que se enclaustraban de por vida en una habitación tapiada. Voluntariamente. Ejerciendo una forma radical de sumisión que perseguía la libertad del eremita. Un pequeño ventanuco las comunicaba con el exterior. Salía mierda, entraba comida. La sala donde escribo no tiene ventanas, amo la luz artificial.