Entran y salen de su habitación, se sientan, leen, cocinan enfrente de mí. Los escucho carraspear en el baño y siento su mirada sobre el ordenador cuando pasan. Me miran con inquietud, quizás con miedo. Pero yo soy inocua. Jamás tengo fantasías de destrucción ajena.
Me pregunto si lo anterior me convierte en la persona más peligrosa del mundo.