42. Espejos

Soy como un camaleón que tratara de alcanzar una tonalidad precisa sobre la arena, mientras se acerca un predador. Pienso en la palabra predador y me quedo quieta, rígida, sin parpadear. Lo imagino corriendo hacia mí, a cámara lenta, como capturado por el teleobjetivo de un documentalista oculto entre las dunas. Imagino las tres filas de dientes de su boca aproximándose, el plano primerísimo de su lengua seca, el instante en que, al rozarme, toda mi piel muta en la figura exacta del predador y este asiste, sin poder remediarlo, a una representación inesperada: la de su figura devorándose a sí misma, imagen especular que quedará grabada para siempre en su memoria, traumática, gloriosamente.