No encuentro las llaves de mi habitación. Padezco este despiste desde hace años. Falta de atención lo llamaban cuando era niña. Suspendí exámenes, demostré una incapacidad sorprendente para ubicarme en el espacio, en todas y cada una de las conversaciones de mi vida sufrí ausencias. Tardé dos décadas, quinientas broncas y treinta visitas al psicólogo en asumir que no tenía remedio. Entonces decidí poner de mi parte el problema. Y convertí el desorden que generaban mis olvidos en un objetivo: instrumentalicé mi despiste.